El cielo naranja de Ostrich City lucía de forma particularmente intensa aquella noche de diciembre de 2315. Y, aunque las luces de la ciudad no permitían ver las estrellas, su brillo no alcanzaba a ensombrecer el horizonte salpicado de remolinos de nubes blancas y marrones. Aquellos trazos caprichosos de neblina que presidían el cielo de Athena se antojaban a veces garabatos dibujados por un niño o un deficiente.
Una atmósfera de amoníaco y vapor de agua lo envolvía todo.
Sal se asomó con cautela a la barandilla de la terraza para observar la ciudad desde aquella altura y se sorprendió un poco al comprobar que no sentía vértigo. Se entretuvo durante unos minutos siguiendo el juego frenético de luces y destellos de la calle y, cuando quiso darse cuenta, las yemas de sus dedos se habían adherido al acero helado de la barra. Mientras crispaba las palmas de sus manos como un pianista intentando despegarse, recordó el único motivo que le había hecho viajar hasta la ciudad más insegura del planeta. En Ostrich City vivía la última persona que podía ayudarle: Leelan Spandarian.
Muy bueno el relato,mejor la sensación de fuera de juego que deja en el lector realista. Siento cierta perplejidad y pudor cuando leo cosas que se yo no podría escribir...menos mal que hay gente que lo hace...es aire nuevo
Gracias.