Horas después se revolvía en su cámara, flotando en el lujoso pero obsoleto Campo Gravitacional de Descanso e incapaz de abandonarse en los brazos de Morfeo. Una intensa preocupación le devoraba y ni las tres ráfagas de potenciador de sueño que había solicitado a la habitación habían conseguido rendirle. El mecanismo del Campo gemía levemente, a un nivel casi ultrasónico, pero Sal Huisman lo encontraba particularmente irritante:
—¡Más sueño! —gritó. Del cabezal del Campo surgió una neblina difusa de potenciador que sólo consiguió embotar sus maltrechos sentidos.
Era inútil: la angustia le dominaba. A duras penas aguantó las arcadas hasta llegar al baño. Allí vomitó dentro de una bañera metálica con patas que intentaba evocar un olvidado estilo isabelino inglés. Cuando acabaron las convulsiones, Sal contempló el final de su cena, reflexionando sobre la posibilidad de leer el futuro en los posos de la misma.
Todos los ruidos le molestaban, le aterraban. Imaginaba enjambres de hombres y cyborgs armados que rodeaban su suite cada vez que oía moverse el elevador y, a la vez, le asustaba insonorizar la estancia para no sentirse desprotegido.
Se vistió, abrigándose bien con una gruesa pelliza y su gorro de astracán, para intentar pasar desapercibido. A pesar de que pensaba recorrer la mayor parte del trayecto por calles climatizadas o recubiertas, era posible que tuviera que afrontar espacios abiertos y a esas horas de la noche, la temperatura podía haber alcanzar unos 30ºC bajo cero... ¡Qué lejos estaban los tiempos en los que se calentó artificialmente esta parte del planeta para crear un destino turístico! La antigua publicidad de 20 años atrás decía: "Ostrich City, el Miami del Cinturón Exterior"... Y mucha gente se preguntaba qué era Miami, ignorando que había sido esta meca playera la capital de los Estados Unidos a mediados del siglo XXI, antes de desaparecer devorada por las aguas del Golfo de México.
Cuando las cosas se pusieron difíciles en la Tierra, se buscaron nuevos lugares donde los numerosos ricos pudieran gastar su dinero y Athena era uno de ellos. Cuando las cosas se pusieron difíciles en la Galaxia, Athena era un lugar tan malo como la Tierra.
Sal asomó la cabeza al pasillo, miró a los lados y al no ver nada peligroso se aventuró en el mismo. Casi se le para el corazón cuando al abrirse las puertas del elevador vio a una persona disfrazada, pero no era más que El Ascensorista: una figura anticuada que intentaba rememorar sin éxito el pretendido lujo de siglos pasados. Le costó unos segundos identificar al personaje, tan presa estaba del pánico.
—¿A qué piso, señor? —preguntó El Ascensorista.
Bien, bien. Muy bien.