Escogió la opción difícil: en lugar de bajar hasta el primer sótano y pasear por las avenidas subterráneas, Sal abandonó el hotel por la antigua entrada principal en los tiempos del calor mientras el botones le miraba con incredulidad. Sal le sostuvo la mirada, arrogante, y se sumergió en la fría noche. A los pocos segundos se le había congelado la arrogancia.
No sabía si la temperatura era inferior a los 20ºC bajo cero, pero la sensación térmica era terrible, incluso castradora. Se dio cuenta de que su vestimenta no era apropiada y que no aguantaría mucho tiempo en el exterior, mas bajar por el “Moon By The Sea” sería perjudicial para su recién adquirido prestigio de oso polar, así que optó por coger la primera boca, que debía encontrarse a pocas manzanas del hotel.
La calle estaba absolutamente desierta: tan sólo unos robots Gestores de Tráfico Aéreo se balanceaban a unos metros sobre su cabeza. Sus pasos resonaron por los adoquines metálicos, mientras observaba su propio aliento condensarse al correr, mientras sentía arder sus pulmones por el frío.
—¡Puerta, puerta! —empezó a gritar, intentando localizar las señales auditivas y visuales que debían señalarle la boca.