Mientras se afanaba en encontrar la maldita boca del sistema subterráneo, añejos hologramas publicitarios se iban desplegando a su paso. Actrices con tres pechos anunciaban protectores para la piel enfundadas en sus bikinis de piel de flader, mientras desfasadísimos robots Mortrog C-501 promocionaban Glugg, la bebida de moda de hacía dos décadas. A saber cuántos años llevarían aquellos hologramas vendiéndole humo al congelado aire de Ostrich City.
Sal Huisman, completamente congestionado y aterido por el frío, no se hallaba entonces en disposición de reparar en un pequeño detalle: Muy probablemente, él iba a ser el último humano que visualizase aquellas dos viejas campañas publicitarias. El frío atroz tuvo la culpa. El frío atroz le impidió ser importante por una vez en su miserable vida.
En aquel momento lo único que preocupaba a Sal era alcanzar el vientre de la ciudad, por donde fuese. Miró hacia todas partes, pero todos los establecimientos estaban cerrados a aquel nivel. Todos salvo uno: Big Joe estaba abierto.
La puerta estaba abierta. Y Sal entró sin pensárselo.