- 3.03 -


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Recordarme (?)



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Time: 05.15

Estaba asustado. Asustado y desorientado como pocas veces había estado en su vida. Su respiración se aceleraba, su corazón palpitaba de manera descontrolada y estaba empezando a sudar: Estaba sufriendo un ataque de pánico.

Recordó por qué había salido en mitad de la noche: buscaba a Leelan Spandarian. Unos días atrás una persona conocida le había dado una manera de contactar con el jefe del Clan de los Armenios. Sí, ése era su único objetivo en ese momento, hablar con Spandarian; él sabría qué hacer; él entendería qué estaba pasando.

Se levantó mareado del suelo, acompañado por el desagradable ruido provocado por un reseco trozo de mierdiblub que se había pegado a sus pantalones y contempló la falsa superficie abovedada de la calle A-Shegundah: no se veía una imitación de las 13 lunas que siempre eran visibles en el exterior sino del Sol. Aparentemente, se intentaba evocar una atmósfera más terráquea que athénica. ¿Dónde estaba el famoso espíritu nacional de Athena?

Ahora comprendía la inmensa polémica que la obra de Takeshi Oshinaga había provocado en su tiempo. En el primer nivel del subsuelo se adoptaba en la práctica la hora de Berlín y, a altas horas de la madrugada como ahora, era media mañana en la antigua capital alemana, con lo que la calle estaba abarrotada de señoras comprando complusivamente en las tiendas más lujosas de Ostrich City.

Sal se secó el sudor de las manos en su pantalón, recogió su ya clásico gorro de astracán del suelo —a estas alturas parecía más una rata muerta que otra cosa, aunque para Sal era suficiente conque se mantuviera milagrosamente a su lado cual fiel mascota—, respiró profundamente y se adentró en la fiera corriente comercial de las Avenidas Subterráneas de Ostrich City.

Los empujones de los locales y los gruñidos con que le obsequiaban las madres pijas con su niños pijos no ayudaban a que se tranquilizara. Todo comenzó a dar vueltas ante sus ojos, la realidad se volvía borrosa mientras escuchaba de fondo un coro de improperios acusándole de vagabundo. Alguien lo lanzó de un golpe contra la pared de un edificio, contra un cartel del gran Burt Reynolds.

Y Sal, que era muy suyo, sin saber muy bien por qué, soltó un impresionante lapo verde contra el apolíneo rostro del señor Reynolds, que impactó contra su frente y se deslizó grácilmente por su nariz.

Fue entonces cuando la multitud enloqueció.

Sal ya no recordaba por qué quería pasar desapercibido.


3 Responses to “- 3.03 -”

  1. Blogger Rebe 

    Qué estaría pasando por la mente de Huisman apaleado, tropezando con un obstáculo tras otro, consciente de que las preocupaciones de los que entorpecen sus pasos son la satisfación consumista irremediable en el planeta del vacío, similar a la Tierra. Al parecer, con la cuenta atrás activada para su cita desesperada.
    Un lapo,,,, en circustancias mil veces menos estresantes he visto a otras cabecitas romper contra el suelo copa a copa toda una cristalería.
    Pero por lo visto, en ese lugar va todo tan fenomenal como para perdonar a un despojo.

  2. Blogger Rebe 

    Perdona el rollo, me he emocionado con el post :P

  3. Blogger rayhodges 

    No digas eso, Mi. Se agradecen mucho los comentarios. Yo también conozco a personas que rompen la cristalería -y la vajilla y lo que se les ponga delante- por mucho menos.

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El Autor

    Ray Hodges
  • rayhodges
  • Ostrich City, Athena
  • RAY J. HODGES nació en Dayton, Ohio, en 1945. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Columbia. Tras obtener su título universitario, y ante la imposibilidad de encontrar empleo como periodista, se dedicó a la vida contemplativa y al estudio del canto del estornino californiano. En 1978, a la tierna edad de 33 años experimentó una epifanía, se trasladó a vivir a España y se rebautizó José Antonio Labordeta pero nadie le creyó. Ha estado casado cuatro veces y se ha divorciado otras tantas. En la actualidad le es imposible desplazarse por motivos familiares.
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