—¿Qué tienes? —le digo.
—La bolsa de su equipaje: sólo hay ropa sucia, un neceser y un hololibro.
—Llevémoslo a la Central.
Ella asiente. Se mueve un poco desde su posición arrodillada. Parece que algo va a asomar por encima de su pantalón que cae cruel, milímetro a milímetro. Me estoy sulfurando: voy a estallar.
Nunca pensé que a mi edad pudiera volver a sentir esto. El director del
Moon By The Sea lucha por empujar el pantalón de la detective con su fuerza mental y aire distraído desde el quicio de la puerta, el cual acaricia... Asqueroso.
—Hay otra cosa —dice Miranda.
—¿Qué? —contesto, limpiándome la baba que gotea por mi barbilla con la manga de mi chaqueta. El corazón golpea mi pecho como un tambor desquiciado. Mis manos comienzan a temblar: piensa en otra cosa, me digo, mas soy un vampiro ante sangre fresca.
—El hololibro... Está abierto por uno en concreto. Nunca te imaginarías cuál.
—Dime.
—
Berlín-Lisboa. —No me lo puedo creer —aseguro—
Berlín-Lisboa del Doctor Morán. Un hololibro difícil de conseguir.
—Como te lo cuento —asegura. Se pone en pie con inmensa facilidad y, afortunadamente para los dos —para los tres, si incluimos la salud mental del director—, su culo deja de estar en mi punto de mira.
Dejo de contar icebergs.