Miranda, la detective Butler, se acerca. Es una belleza escandinava de unos 25 años.
Observo su risa inocente, esos ojos verdes en los que navego todos los días desde su llegada a la policía de Ostrich City, su pelo rubio rizado que aspiro cada vez que pasa a mi lado y hoy le digo sin decir: Me gustaría pasar contigo la noche más oscura.
Me la ha enviado. Es un regalo de Dios, pienso.
En el fondo de mi alma sé que es una esbirra de Fabrizio Chinarro, pero actúo como si no lo supiera. Es la vida asquerosa de Athena, un planeta de viejos idealistas vendidos a un mafioso a 20 semanas-luz de aquí. Es la vida asquerosa del sargento Radzinski, un viejo encaprichado de una asesina, que intenta recordar cómo era sentir algo en su pétreo corazón.
—¿Quién es el reventado, Miranda? —le pregunto.
—No es Huisman —me confirma.
Soy incapaz de decir si es feliz. Incapaz de discernir si hubiera preferido que su trabajo hubiera acabado aquí o si disfrutará encontrando al terráqueo, torturándolo, comiéndose trozos de él o de su familia en su presencia. No lo sé y no quiero saberlo, porque si no me volvería totalmente loco.
En ocasiones me pregunto si no lo estaré ya.
También me pregunto mirando al meteoro humano caído a mis pies: ¿Si no eres Huisman quién eres? ¿Por qué te han matado? ¿Qué hacías ahí?