- 3.04 -


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Recordarme (?)



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Time: 16:11

Sal Huisman se despertó molido y sobresaltado en una habitación extraña. Estaba acostado en un viejo sofá verde que olía a naftalina y a pis de gato.

Sólo la luz de una lámpara de lava iluminaba el cuarto. Lo justo para adivinar algunas formas familiares: La habitación era oblonga; los muebles eran antiguos y pobres. Y las paredes estaban pintadas de un color azul intenso.

Se incorporó con dificultad y comprobó que la brecha de su cabeza era aún más grande que la última vez que se palpó. La almohada sobre la que había estado descansando estaba empapada en sangre.

—¡Ouch! —fue todo lo que acertó a decir mientras se llevaba las manos a la espalda.

En cuanto retiró el termoedredón que le cubría, descubrió que estaba desnudo. Sólo sus calzoncillos de piel de flader seguían en su sitio. Esto le hizo sentir cierto alivio, pero no le ayudó en absoluto a resolver su desconcierto.

Exploró a conciencia la habitación pero no encontró su ropa por ninguna parte. Una punzada recorrió su espinazo igual que una descarga cuando intentó enderezarse.

Frente a él, una lámina horrible flotaba levemente torcida en la pared. Representaba una especie de animal en calzoncillos. Era un bicho negro, panzudo, con grandes orejas y ojos saltones. Un animal estúpido y sonriente calzado con unos enormes zapatos amarillos.

—Sólo un degenerado podría encontrar gracioso este dibujo —murmuró, como si intentase recordar su voz o recobrarla.

Oyó unos pasos que se acercaban e intentó esconderse. La habitación era demasiado pequeña para hacerlo, así que desistió y se volvió a cubrir con el edredón, resignado.

Alguien abrió la puerta torpemente. Era un viejecillo encorvado, anémico, con un ridículo bigote que parecía pintado sobre su labio superior.

—Buenos días, dormilón —dijo el anciano guiñando ligeramente los ojos.

—¿Quién es usted? —preguntó Sal.

—¿Qué importa quién sea yo? —respondió el viejo— Lo que importa es que le he salvado la vida. Además, si le dijera quién soy no me creería. ¿Cómo se le ocurrió escupir sobre la cara de Burt Reynolds, inconsciente?

—Fue un acto reflejo, si le soy sincero.

—Jamás había escuchado semejante procacidad. Es usted un temerario, señor...

Rogers... Buck Rogers —mintió Sal.

—Señor Rogers, permítame que le diga que es usted un necio y un suicida.

—Muy agradecido. ¿Me dice dónde está mi ropa?

—Se la he lavado. Calculo que ya estará seca.

Sal se quedó callado durante unos segundos, caviloso y meditabundo, sujetándose los labios entre el pulgar y el dedo índice de la mano derecha.

—Tengo que irme enseguida —le dijo al hombrecillo del bigote anoréxico.

—¿Y a dónde piensa ir sin documentación? —replicó el viejo— Los agentes de la seguridad pública le arrestarán en cuanto salga a la calle. ¿Es eso lo que quiere? ¿Dar con sus huesos en la cárcel?

—No me queda otra opción. Tengo que encontrar a una persona.

—Seguro que podrá buscarla después de haber desayunado algo.

—Gracias —respondió Sal— No me vendrá mal comer algo, señor…

Disney... —contestó el viejo— Mi nombre es Walt Disney.


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El Autor

    Ray Hodges
  • rayhodges
  • Ostrich City, Athena
  • RAY J. HODGES nació en Dayton, Ohio, en 1945. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Columbia. Tras obtener su título universitario, y ante la imposibilidad de encontrar empleo como periodista, se dedicó a la vida contemplativa y al estudio del canto del estornino californiano. En 1978, a la tierna edad de 33 años experimentó una epifanía, se trasladó a vivir a España y se rebautizó José Antonio Labordeta pero nadie le creyó. Ha estado casado cuatro veces y se ha divorciado otras tantas. En la actualidad le es imposible desplazarse por motivos familiares.
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