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Si hay algo en esta miserable vida que odie más que encontrarme sin una sola gasa higiénica limpiadora en medio de una cagada es descubrir que algún gracioso se divierte a mi costa escribiendo estupideces en la barrera térmica que separa las dermo-letrinas de los lavamanos.
Miren lo que ha escrito el muy imbécil. Ha escrito:
Radzinski pichafloja y maricón
—Bien por ti, muchacho —me he dicho con mucho ardor al tiempo que apretaba el músculo orbicular y contraía mi esfínter.
Los hay que no se conforman con cagar dentro y fuera del dermo-inodoro. Los hay que no se conforman con agotar la última gasa higiénica contra su maldito culo. Los hay que no se conforman si no esparcen también su mierda por las paredes y las barreras térmicas de separación.
Supongo que tendrá que haber estúpidos en todas partes, pero a veces creo que todos han venido a parar a este jodido departamento. Al maldito Departamento de Policía de Ostrich City. En momentos como éste, no exagero si digo que los mataría a todos.
Miranda me espera junto a los lavamanos. Es otra de las cosas que no soporto ni soportaré nunca: Que alguien me apremie mientras cago. Especialmente si ando mal de vientre y no tengo gasas higiénicas limpiadoras a mano.
Tengo que hacer verdaderos malabarismos sobre la taza para quitarme los pantalones del uniforme sin que ella se entere. Antes de eso he registrado cada bolsillo de mi gabardina en un último intento desesperado por encontrar algo que sirva para limpiar mi maltrecho culo. Mientras tanto, Miranda se impacienta:
—¿Te falta mucho, cagoncete? —pregunta ella, feliz y cantarina, ignorando lo que me traigo entre manos.
—¡Enseguida termino! —maldigo entre dientes mientras suspendo las piernas en el aire intentando sacarme con el máximo cuidado mis calzoncillos de tres días marca Keclasse.
Los sostengo en mis manos por última vez. Son rojos y flexibles. Huelen como cualquier calzoncillo de tres días de cualquier hombre descuidado con problemas de próstata. No es ninguna sorpresa. Estos calzoncillos podrían servir como epitafio a toda una vida, sin embargo hoy van a salvarme de un ridículo mayor que el acostumbrado. Miranda resopla y golpea insistentemente el suelo de los baños con el tacón de su zapato. También la mataría a ella ahora.
Es muy triste ser viejo. No hay más que verme para darse cuenta.
Aunque con algunas dificultades, los calzoncillos han cumplido su función. He hecho una pelota con ellos y ahora viajan a través de los conductos de evacuación de la comisaría central. Pronto llegarán a la atmósfera y desaparecerán en cualquier agujero negro. Algún día me reiré recordando esta aventura.
Miranda grita ansiosa desde el otro lado de la barrera térmica:
—¡Acaba de llegar un holofax! ¡Han identificado al suicida!
Intento recomponer el gesto y secarme el sudor de la frente y las mejillas mientras me vuelvo a poner los pantalones de licra thermolactyl del uniforme. Me siento igual que si me hubiese estado revolcando en una ciénaga de mierda durante los últimos seis años.
Reúno el valor suficiente para pulsar el código que abre la barrera térmica y volver a mirar a mi compañera a los ojos. Está apoyada contra el espejo. Sonríe.
—Se llamaba George Komaropoulos —comenta mascando chicle a dentelladas.
—Eso está bien —le contesto mientras me lavo las manos.
Miranda no deja de mirarme con la mitad derecha de su ceño fruncido. Hay una curiosidad malsana en su mirada. Me dice:
—Rad, ¿me dejas que te haga una pregunta indiscreta?
Me pongo a temblar mientras le digo que sí con la cabeza.
—¿Estás seguro de que te has limpiado bien? —vocifera— Es que no veas qué peste a mierda…
La humanidad por mucho tiempo que pase siempre es ugual de caotica , y destructiba.