El reloj de la comisaría marca las
7.29 de la mañana.
Realmente no importa mucho la hora, para los habitantes de Athena es media tarde en Berlín. Los estamentos públicos tendemos a defender la hora local, a regirnos por ella; pero el mercado interestelar, aunque débil, se impone en el resto de la sociedad: el sector público está solo en la defensa de sus valores, absurdos pero nacionales.
Han olvidado los athénicos a qué hora deberían despertarse; siguen un horario a varias semanas-luz de aquí, se estremecen en las heladas madrugadas con cruasanes y cafés tan desorientados como ellos, se aman a deshora… en fin, nunca antes el tiempo había mostrado su verdadero rostro, lo etéreo de su existencia, lo falaz de su avance.
El tiempo es una mentira, los Transpai lo demostraron —la existencia
espacio-temporal se pliega para llegar instantáneamente de un punto a otro de la galaxia—, la experiencia lo confirma… Y nosotros seguimos teniendo relojes, bellos relojes de carillones, funcionales relojes digitales y siempre estúpidos, estúpidos relojes.