Time: 04.30
Sal sintió cómo le arrastraba Big Joe, que comentaba:
—¡Qué manera de tocar las narices!
—¿Quién creesss que ess? —siseaba otra voz en las sombras— ¿Un espía, un policía?
—¡Coño, no! —contestó Big Joe—. Pero tampoco un curioso, no hay casualidades a estas horas en esta zona.
—Lo echamosss a la basssura, ¿eh?... En trocitos, sí, trocitos —decía la otra voz.
—Nuestro buen Jesús dirá. Venga, ayúdame a bajarlo por las escaleras.
Sal intentó erguirse para explicar con brillantez dialéctica que todo había sido un tremendo error, cuando vio cómo su cabeza caía y se golpeaba contra el borde de un escalón. Se sumió de nuevo en la oscuridad mientras escuchaba de fondo:
—¡Joder Willy, sujétalo bien!
***
Time: 04.33
Un tremendo dolor que partía de sus testículos, convertidos en una bolsa de horribles sensaciones, le espabiló de nuevo.
—¿Cómo te llamas, cerdo?
A Sal le costó unos instantes recuperarse y vio a un hombre joven pero ajado por la vida, apoyado en el borde de un escritorio. Estaba musculado y tenía un gran tatuaje de presidiario en el antebrazo izquierdo; su rostro, marcado por varias cicatrices, se disimulaba con una ligera barba. Big Joe se refería a él como el señor Myers.
—¿Cómo te llamas? —repitió.
—Sal... Sal Huisman.
Al momento, Sal percibió que había dicho algo incorrecto, que su nombre había despertado alguna asociación de ideas no deseada.
—Mierda —dijo Big Joe. Y soltó un gran pedo para aportarle dramatismo al momento.
—Sacadlo de aquí —dijo
Myers.