George Komaropoulos no tenía antecedentes penales.
Acababa de cumplir cuarenta y un años. Era natural de Ingmar City, tenía sobrepeso y estaba casado con otro hombre llamado Richard Kirkland. Tenía bigote y el pelo considerablemente largo. Fumaba.
Había encontrado empleo como encargado de mantenimiento en el “Moon By The Sea” hacía unas cinco semanas. Era diabético. No tenía carné de aeromóvil y era hincha de los Red Warriors de Ostrich.
Una persona normal, en apariencia. Con una salvedad: La naturaleza y el azar, caprichosos como siempre, se confabularon en su contra; quisieron que se pareciese demasiado a quien menos debería parecerse.
No es extraño que los confundiesen. Puestos el uno junto al otro, los retratos de Sal Huisman y George Komaropoulos parecen holocopias. No es difícil intuir quién se esconde detrás de todo esto. No es obra de Huisman, sino de Chinarro. Apuesto a que Miranda sabe mucho más que yo de todo esto.
El viudo Richard Kirkland trabaja como galerista en la “Riley Art Acquisitions” de la Avenida Bismarck IV. Creo que no estará de más que vayamos a hacerle una visita para recabar alguna información. Si todavía no se ha enterado de la noticia por los holodiarios, tendremos que ser nosotros quienes se la demos.
Daría mis huevos por una ducha caliente y unos calzoncillos…