- 4.07 -


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Recordarme (?)



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"Cuando te sientas solo y aburrido, como caído, sin ganas de luchar…"

El pulsador del timbre se ha quedado atascado en la caja. Menuda mierda. No recuerdo una canción más pegadiza que ésta, ni tampoco un momento menos apropiado para escucharla. También es verdad. Qué mala suerte.

Intento desencajar el botón de un golpe, pero lo único que consigo es que el ritmo de la canción se acelere. La voz suave y aterciopelada de Goyo Ramos se convierte en un torrente agudo y aflautado como el quejido de un enano hidrocefálico con medio litro de helio en sus pulmones.

Desde detrás de la puerta se oyen pequeños pasos taconeando a la carrera. Alguien grita:

—¡Ya voy! ¡Ya voy! —dice la voz— ¡Qué prisas!

"Cuando te encuentras incluso afligido, como dormido, sin ganas de escuchar…"

—¡Espero que sea algo urgente de verdad! —sigue gritando la voz, cada vez más cercana.

Desde el otro lado de la puerta se puede percibir el ruido de la clave de desprotección. A juzgar por el sonido breve de los tonos, la contraseña está compuesta por números cortos. Es la configuración de serie de todas las puertas de seguridad: 1-2-3.

"No te lo pienses y sé decidido, ponte el abrigo y no mires atrás…"

Quien abre la puerta es un hombre gigantesco y barbudo. Está maquillado y no consigo distinguir si su larga cabellera rubia es natural o si se trata de una peluca. A través del escote de su blusa roja de flores se pueden adivinar dos preciosas tetas recubiertas de vello, peludas como dos cocos. Me atrevería a decir que se trata de Richard Kirkland. La música sigue sonando:

"Sigue este ritmo y busca tu terreno, el saloncito donde puedas tú bailar…"

—¿El señor Kirkland? —pregunto alzando la voz por encima de la música del timbre.

—Señora de Komaropoulos, si no le importa. —me corrige mientras asoma la cabeza hacia la calle, intentando descubrir el origen del problema.

—Está bien, señora… —se me hace difícil llamarle señora con esa barba— Mi nombre es Siphronius Radzinski…

¡Sal… Baila que te empuja! ¡Ven… Baila sabrosón!

El estribillo incita al baile de mala manera, pero ahora mismo no procede. La verdad es que no.

—Perdón, no puedo oirle —grita él… Ella… Lo que quiera que sea.

—¡SIPHRONIUS RADZINSKI, POLICÍA DE OSTRICH CITY! —vocalizo y gesticulo como un sordomudo.

¡Sal… Baila con Maruja! ¡Ven… Baila sí señor!

—¡Puto timbre! —dice Kirkland mientras se ensaña a martillazos con la caja del llamador de una forma que se me antoja poco femenina.

Y de pronto se obra el milagro. Vuelve a reinar el silencio en la Urbanización Eithios. El timbre, destrozado y todavía humeante, lanza algunos pequeños chispazos esporádicos.

—Disculpe, —me dice mientras se aclara la voz— ¿puedo saber qué es lo que quiere?

—He venido a comunicarle que su marido, George Komaropoulos, ha fallecido hace unas horas, señor… Digo, señora.


1 Responses to “- 4.07 -”

  1. Blogger maRia 

    Leerte con café.

    Ambos buenos mind stimulants.

    Yo venía a buscar un cachito de esparadrapo...

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El Autor

    Ray Hodges
  • rayhodges
  • Ostrich City, Athena
  • RAY J. HODGES nació en Dayton, Ohio, en 1945. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Columbia. Tras obtener su título universitario, y ante la imposibilidad de encontrar empleo como periodista, se dedicó a la vida contemplativa y al estudio del canto del estornino californiano. En 1978, a la tierna edad de 33 años experimentó una epifanía, se trasladó a vivir a España y se rebautizó José Antonio Labordeta pero nadie le creyó. Ha estado casado cuatro veces y se ha divorciado otras tantas. En la actualidad le es imposible desplazarse por motivos familiares.
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