Mientras Miranda, a horcajadas sobre la moqueta de color caqui, se encarga de cumplir con los procedimientos de rigor, tengo que contar hasta veinte para no perderme y cometer una estupidez.
Para intentar pensar en otra cosa, miro hacia cualquier parte. Recorro con la mirada cada rincón. No veo nada que nos pueda servir. En la otra esquina de la habitación, el director del hotel permanece de pie junto a la puerta con los brazos cruzados. Nos mira por encima del hombro. Como si pudiese permitírselo el muy tonto.
—¿Ha entrado alguien en la habitación antes que nosotros? —le escupo desafiante.
—No —dice en un hilillo de voz decididamente ridículo— Nadie. Nadie ha entrado aquí antes. Quiero decir, desde que ocurrió el lamentable incidente.
—Sí, ya —le corto— Muy lamentable.
Miranda no deja de mover su maldito culo de un lado a otro de la habitación. Se me acaba de ocurrir una buena idea: Voy a contar hasta ciento quince.
Ciento quince habitaciones.
Ciento quince suicidas desconocidos.
Ciento quince hojas de papel blanco con membrete revoloteando como golondrinas de celulosa por la habitación.
Ciento quince culos de Miranda dispuestos en fila, moviéndose al ritmo del jodido reggaetón. Moviendo su culo de esa forma nerviosa, espasmódica, animal.
Que alguien apague esa música. Que alguien detenga ese culo.
Tengo que morderme el labio inferior y respirar hondo.
—¿Sería tan amable de desconectar el hilo musical? —le digo al director.
—Lo siento —dice sonriendo— Alguien ha debido de manipular el interruptor.
—Déjalo —grita Miranda desde el fondo de la habitación— Esta música me gusta.
Ahora está de rodillas, con el culo en pompa mirando hacia nosotros. Empiezo a delirar. Veo una diana sobre sus nalgas. Creo que al director también se le ha puesto dura, pero lo disimula mejor que yo.
Estoy a punto de abandonar la habitación como un cobarde, cuando Miranda se gira con una sonrisa llena de dientes y de malicia y me dice:
—Creo que he encontrado algo.
Y lo dice así, como si tal cosa.
Imagino lo que Miranda piensa mientras finge creerse que sus posturitas son necesarias y fortuitas "Mira, mira, que no catarás"
Casi sería peor que fueran accidentales, ¿no te parece, Mi?
Desde luego, Ray Hodges.
Me da a mí que, a veces, el morbo va disfrazado de simpleza. Pero la pelirroja es sensual por ella misma aunque no se lo proponga.
Por cierto, acabo de descubrir "Winter Drawings" y estoy alucinando. Tus enlaces("Otros ámbitos") tal vez podrían parecerse a la habitación desde dónde escribes.