- 4.09 -


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Recordarme (?)



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Mis zapatos están recubiertos de una leve capa de polvo azul. Pienso en mi añorada gamuza de flader especial para limpiar zapatos mientras miro el estúpido reloj de la pared con disimulo. Richard Kirkland, velluda señora —ahora viuda— del acróbata del “Moon By The Sea”, sigue llorando sobre el reposabrazos de su sillón. Absorbe sus mocos con una frecuencia aproximada de seis segundos. El tic-tac exasperante del reloj de cuco me ayuda a precisar mis mediciones.

—Yo sabía que algo así iba a pasar… —balbucea ella entre sollozos— Antes o después acabaría pasando. Lo sabía…

—¿Por qué lo sabía, señor…a Kirkland? —le pregunto mientras me hurgo en la oreja con el meñique.

—Se lo advertí, pero no quiso hacerme caso… Le pedí que no aceptara. ¡Se lo supliqué! —me grita congestionada.

—No llore, mujer —le digo por compasión, supongo, con un poco de grima también— Dígame sólo qué fue lo que ocurrio.

—Ay, ay, ay, ay… —vuelve a gemir.

Si no fuese porque la muy desgraciada me dobla en estatura, le arrearía un buen tortazo ahora mismo. Maldita barbuda llorona.

—Ocurrió hace un mes y medio —explica mientras se limpia los mocos y las lágrimas con el dorso de la mano—. George llegó a casa feliz porque acababa de encontrar trabajo como limpiador en el hotel. Oh, George…

Más lágrimas. Vaya.

Los minutos continúan cayendo por la pared y a mí se me están empezando a hinchar las pelotas.

—¿Quién contrató a su marido, señora? —le pregunto.

—¡No lo sé! —responde— George me habló de un hombrecillo minúsculo. Creo que tenía bigote… Eso es todo cuanto sé.

—¿Fue eso lo que le hizo desconfiar de aquel empleo, el que aquel hombre no se identificase?

—¡Oh, no! —contesta— No fue eso lo que me hizo sospechar. No…

—¿Qué fue entonces? —Hace cinco minutos que se me ha acabado la paciencia.

—El que le pagase por adelantado. Eso fue. Le pagó 12 millones de drulocks por adelantado…

Difícil resistirse a una oferta así. Especialmente cuando has de hacer frente a una segunda hipoteca y a un tercer intento de cambio de sexo.

—Comprendo —¡y tanto que comprendo!— ¿No puede decirme nada más del hombre que pagó a su marido?

—No, —medita— lo único que llamó la atención de George fue su bigote: Tenía un bigotín ridículo…


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El Autor

    Ray Hodges
  • rayhodges
  • Ostrich City, Athena
  • RAY J. HODGES nació en Dayton, Ohio, en 1945. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Columbia. Tras obtener su título universitario, y ante la imposibilidad de encontrar empleo como periodista, se dedicó a la vida contemplativa y al estudio del canto del estornino californiano. En 1978, a la tierna edad de 33 años experimentó una epifanía, se trasladó a vivir a España y se rebautizó José Antonio Labordeta pero nadie le creyó. Ha estado casado cuatro veces y se ha divorciado otras tantas. En la actualidad le es imposible desplazarse por motivos familiares.
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