Disney se volvió para ajustar la enorme cabeza de papel cartón sobre los hombros de Huisman al tiempo que intentaba desviar la conversación.
—Sigo pensando que es un riesgo salir a la calle sin documentación, señor Rogers.
Con cada movimiento de Sal, la cabeza de Goofy se tambaleaba de forma amenazante. Era demasiado grande y pesada para ser soportada por su débil cuerpo.
—Además, no tiene usted ni un miserable drulock... Yo le prestaré algo de dinero.
Sal permanecía en silencio bajo aquel enorme armazón tembloroso, esperando una respuesta a su pregunta.
—Voy a por mi máquina de grapas sintéticas —dijo el viejo Walt— Vuelvo ahora mismo.
Al cabo de unos minutos volvió a entrar en la habitación sosteniendo un puñado de grapas sintéticas en las manos y una tarjeta en la boca.
Mientras grapaba la cabeza de Goofy al resto del disfraz, Disney le dijo a Huisman:
—He pensado que un plano de la ciudad le vendrá bien para orientarse.
Y también le dijo:
—Quiero que tenga mi tarjeta, por si le pasa cualquier cosa.
Sal seguía callado. Disney le puso en la mano un pequeño pedazo de cartón descolorido. Era éste:
Por detrás figuraban su enlace de IP y su código de conexión personal. Estaban escritos a mano, con letra temblorosa y tinta verde. El viejo apretó el puño de Huisman emocionado, igual que lo habría hecho un padre orgulloso de su hijo.
Cuando al fin volvió a hablar, Sal preguntó otra vez:
—¿Piensa decirme cómo puedo llegar al Palacio de la Ópera?
Y Disney, de nuevo evasivo, le respondió con preguntas:
—¿Para qué demonios quiere ir allí? ¿Es que no se cansa de poner su vida en peligro?