Fue en medio de estas cavilaciones cuando Sal cayó en la cuenta de que se estaba quedando sin aire. Llevaba más de treinta walters encerrado en el interior de aquella caja y las grapas sintéticas con que Disney había adherido la cabeza de papel-cartón a su disfraz de Goofy le impedían desprenderse de ella. Comenzó a angustiarse y a sentir un acaloramiento atroz.
Desde dentro, Huisman intentó abrir el baúl a golpes. Forcejeó para vencer la resistencia de la tapa, pero no logró más que fatigarse y derrochar oxígeno.
Disney, pendiente de encontrar la salida de Wuthering Heights, pudo oir los golpes que provenían del cajón del maletero. Eran golpes rítmicos y secos. Por eso, en vez de preocuparse, subió el volumen de su radio, creyendo que también a su amigo le encantaba aquel arreglo techno-trash del 'Cascanueces' de Tchaikovsky.
—Lo sé, lo sé… ¡Es espectacular! —berreó el viejo.
Sal quiso gritar, pero recapacitó durante unos segundos y resolvió que sería muy poco inteligente. Así que se enroscó haciendo un ovillo e intentó serenarse contando hasta cien.