-¿De joderlo todo? -dijo Huisman.
-Sí, ¡de fastidar todo el plan cacho burra! -aulló Dolphin.
Volvió a corretear por la habitación, de lado a lado.
-No me gustan los sitios cerrados, ¿sabes?
-Me voy dando cuenta -dijo Huisman. Empezaba a estar bastante asustado. Veía que se había metido en una jaula llena de locos.
-¿Sabes por qué has venido aquí?
-Sí.
-¡Vamos avanzando...sí! -bramó Dolphin. Sus marcados rasgos, como esculpidos en piedra, provocaban extrañas sombras bajo aquellas luces.
Sal se preguntaba que maravillosas aventuras habría vivido este moderno héroe delictivo. Envidiaba su fuerza, la energía que él nunca tendría.
-¿Sabes -siguió Dolphin-, por qué te quería Leelan?
-También lo sé. Si no fuera así habría cometido el mayor error de mi vida llegando a este planeta infernal.
Dolphin puso cara de fingida indignación.
-Pero, pero... ¡si Athena es el mejor planeta del Universo! ¡Eres un blasfemo!
Huisman se sintió a punto de llorar. Un ataque de desesperanza nubló su terráqueo corazón. No merecía esto: había abandonado la Tierra cuando Chinarro asesinó a su mujer; a su vez, él mismo había sido acusado de matar a un destacado líder político terráqueo y, ya en Athena, había sido apalizado y golpeado en varias ocasiones.
Y todo para encontrarse ante un iluminado anfetamínico que vivía encerrado en el subsuelo de un mundo condenado.
Dolphin le observaba, acero en la mirada, mientras lanzaba golpes "uno-dos" a un púgil que sólo existía en su cruel imaginación.
De repente la voz de Dolphin, inesperada, cortó el pútrido aire de la sala.
-No tenías que haberte movido de la habitación del hotel. Todo estaba organizado.