En Berlín, aunque ya lejano el fantasma del totalitarismo, las bandas fueron dominadas por asociaciones de ciudadanos autoorganizados que fueron creando grupos de reconstrucción por cada uno de los barrios de la ciudad. Mientras todo volvía a funcionar tuvieron que blindarse, en la tradición de las ciudades medievales, contra los ataques de los bárbaros vecinos, pero aguantaron y prosperaron, tomando las decisiones en asambleas, constituyendo la democracia más auténtica que se había visto en la Tierra en los últimos siglos. Con el tiempo también fueron ampliando su zona de influencia, ganando terreno y aliados con paciencia y un trabajo eficaz. La vida seguía siendo muy dura, pero por primera vez en años había esperanza.
El estado había desaparecido, pero se creó un nuevo sistema cuasiácrata que funcionaba con cierta eficacia. Sin embargo era un sistema que no le agradaba particularmente a Chinarro, que se sentía amenazado... y siempre había demostrado que un depredador como él era particularmente peligroso cuando se sentía acorralado.
El 25 de agosto del 2312 Fabrizio Chinarro, el rey sin corona, se embutió en su extraño traje de operaciones y tocó el cuerno que presagiaba el desastre: de las cloacas del
lander surgió un grupo de segundones en el antiguo Gobierno previo al Colapso que reclamaron, según arcanos artículos de la antigua legislación paneuropea, su autoridad ante la falta de los representantes legítimos de la soberanía nacional. Apoyados por algunos grupos de exaltados pero sobre todo, gracias a las dudas que atenazaron a muchas de las asambleas populares y una hábil campaña de sobornos y manipulación consiguieron lo que parecía imposible unos meses antes: desplazar a la autoorganización popular y alcanzar un poder que de manera oficiosa y graciosa cedieron a Fabrizio Chinarro, que aceptó colaborar con el pueblo alemán con entusiasmo y lealtad.
Aparentemente el imperio de Chinarro se extendía imparable.
Mas hete aquí que se presentó un candidato a Lisboa el año pasado bajo su amparo, por supuesto: Xabier A. Bertrand.
Bertrand era un joven del que nunca supe nada de su historia previa a la política: me llega y me sobra con situar algunas ciudades en su sitio correcto en el mapa de mi planeta; lo que sí puedo decir es que fueron continuas las noticias sobre los ataques públicos del alcalde contra la mafia de Chinarro, contra la corrupción generalizada... aunque también aquí las noticias llegan tamizadas no sorprendió a nadie en Athena la historia de su muerte, tan sólo la tardanza en producirse. En el Departamento llevábamos meses haciendo porras sobre el momento de la desaparición de ese molesto grano en el culo del Jefe Supremo, de Chinarro.
Luego nos dijeron que el asesinato lo había llevado a cabo un desconocido, un tal Sal Huisman.
Y yo me lo tengo que creer.
Hace dos días apareció la bella Miranda Butler en mi vida y me dijo, con un brillo especial en los ojos que Sal Huisman estaba en el planeta, en mi planeta, mi ciudad...
- Mi planeta... mi ciudad... Sal está aquí...
- ¿Pero que coño dices, viejo chiflado? -grita Miranda.
- ¿Estaba hablando en alto? -pregunto.
¡Qué asqueroso es hacerse viejo!