—Ya veo que no te puedo dejar solo ni un momento —dice nada más abrir la boca. Aunque me escueza el amor propio, debo reconocer que me serena su presencia. Su hostilidad es mi bálsamo, por decirlo de alguna manera poco práctica— ¿Os corrísteis una buena juerga anoche, Siph?
—Déjate de bromas, Miranda —respondo mientras me ajusto con dignidad las bermudas floreadas de mi tataratatarabuelo cagón— ¿Has traído lo que te pedí?
—Sí, dandy playero, te he traído lo que me pedías... —contesta— ¿Soy la primera en decirte que pareces un híbrido de fundición con esos trapos o tienes algún otro amigo que no sea ciego?
—Conozco a muchos ciegos, pero ninguno es mi amigo.
Miranda se pasea por la habitación con parsimonia insidiosa, apartando los obstáculos a su paso con la punta de su zapato afilado. Resopla, se ríe y murmura cosas que no soy capaz de descifrar desde donde estoy.
—¿Puedes esperarme un momento? —le digo— Tengo que ir a cagar. Ahora vengo.
Me encierro en la cabina de aislamiento y me siento sobre la dermoletrina. Sobre mi sudorosa cabeza, el receptor portátil de visión estereoscópica ambiental conectado a la cámara secreta que esconde el ventilador: Puedo ver el escote de Miranda sin que se entere y ampliarlo con el zoom a una resolución de escándalo. Puedo ver sus tetas jugosas, pálidas y redondas, bien ajustaditas dentro de su sujetador.
Fijo el seguidor de ruta en ese punto, en el canalillo de Miranda Butler, y me dispongo a sacar lustre a mi oxidado sable.
Lo necesito, ¿qué pasa?
No tardo mucho, —puede que unos cinco o seis minutos— en desatar mi torrente de furia y desesperación: El estallido se traduce en una erupción abrupta de fervientes goterones de leche y espermatozoides que se van a estrellar contra el espejo y parte de la tapa de mi dermoletrina. Ahora sí que estoy listo para comerme Ostrich, el planeta Athena y lo que me echen.
Salgo del baño, secándome el sudor de la frente con el dorso de una mano y apretándome el cordón de las bermudas con la otra, y sonrío como un niño el 25 de Burtembre.
—Bueno... —digo satisfecho— ¿Y qué sabemos de ese Dolphin, Miranda?
Nada como una buena paja para mejorar la situación...