Por si no ha quedado suficientemente claro: Estoy ante mi última oportunidad. Y he llegado tan lejos sin ayuda de nadie que no permitiré que nadie me joda.
Con el ansia recobrada y el sentido del ridículo a punto de desvanecerse por completo, me asomo a la ventana para contemplar el color del día de mi resurgimiento. Ostrich City, la capital athénica del crimen, luce particularmente naranja esta mañana. La influencia de las trece lunas se puede percibir todavía en los tonos azafranados del cielo, en el refulgir resplandeciente de los edificios metálicos, de las felices aeronaves que surcan el espacio aéreo. La visión de la ciudad no hace sino acrecentar mi motivación y el deseo de que la acción empiece cuanto antes.
Sé muy bien cuál es el siguiente paso. Sé bien dónde guardo los cargadores especiales: entre los pañales de nivel 2 de cuerpo completo. Sé que Miranda Butler me conducirá tras la pista de Chinarro en cuanto le ofrezca la cabeza de ese Dolphin, aunque no sea el mejor momento para ofrecer cabezas ni sepa de qué color ni de qué tamaño es la del asesino que ordenó eliminar a Alistair Sinclair, el amante de lo pequeño.
Hablando de cabezas, no sé bien qué haré con la suya. Si se descubre mi implicación en este caso, lo más probable es que el comisario Littlefellow me retire. Eso es lo que querría Dolphin, que la jodiese. Tiene gracia lo suave que puede llegar a joder un viejo cuando le tocan las narices.
Mientras llevo la cabecita de Alistair envuelta en papel de regalo a su apartamento, marco el número de Miranda con mi voz en el holocomunicador portátil de emergencia:
—¡¡555-MIRANDA!!
Y la llamada comienza a establecerse, a cada paso que doy. Suena el primer tono mientras imagino la carita de sorpresa que pondrán los sobrinos de Alistair cuando lleguen el fin de semana y lo encuentren empaquetado y en pedazos. Suena el segundo tono mientras cierro suavemente la puerta, despidiéndome del viejo descabezado con mi mano enfundada en latex termoaislante. Suena el tercer tono y se entrecorta en cuanto alguien descuelga el holo-receptor portátil:
—¿Se puede saber quién coño es?
Oh, dulce, dulcísima Miranda...
Ray, eres tu? Has vuelto? qué alegría!!!!!!!