—No me mires así, maldito viejo —le digo torpemente a la cabeza antes de dejarla caer de nuevo en la caja.
Mis manos están manchadas de sangre, la sangre negra y espesa de un pobre pedófilo infeliz cuya cabeza descansa ahora a varios metros de su cuerpo, y tengo esas incómodas virutillas de mierda reseca entre los pelos del culo, castigándome. No se puede decir que éste sea un buen momento precisamente. Han saqueado mi casa y violado mi intimidad, han asesinado a mi vecino, me han amenazado y mi vida no vale más que la de cualquier miserable híbrido de fundición. Debería ser terrible, de no ser porque ya no puede ser peor.
No sé qué hacer. És la única verdad que manejo ahora mismo.
Lo primero que haré será darme un baño. Necesito relajarme y descansar. Lo necesito como el respirar. Programaré una breve crono-inserción en la cabina de aislamiento higiénico para librarme de toda la inmundicia que empapa por dentro y fuera este cansado cuerpo de viejo cagatintas.
Dejo la ropa sobre el relaxómetro del salón y recorro desnudo la habitación. Soy un pellejo de carne fláccida y blanquecina en medio del campo de batalla. Abro mi armario y busco con ahínco el uniforme menos sucio, la licra thermolactyl más sedosa —si es que alguna vez existió—, los calzoncillos más presentables.
Nada. Toda la ropa huele a sudor y a trapo viejo. Nota mental: Necesito contratar a otra asistenta. No tengo asistenta. Segunda nota mental: Necesito contratar a una asistenta. Tercera nota mental: Buscar información sobre residencias para ancianos.
Lo único decente de entre todo el armario es un conjunto desfasado del verano de 2306: Camiseta blanca de tiras con slogan publicitario "ESESOOOLO", —recuerdo del gran concierto de despedida de Roderick M., el artista de voz chistosa— y unas bermudas floreadas que heredé de mi tataratatarabuelo, Hugo Radzinsky, un pobre gañán enfermo, como yo, que murió víctima del megacolon tóxico en noviembre de 2006 mientras escribía una novela eficaz, aunque ramplona, sobre la virtud incólume de Santa Teresa y otras hierbas.
No tengo otra cosa que ponerme. ¿Acaso importa?
Claro que no. Saldré con esta facha.
Es la viva imagen del desamparo. Sólo le faltaba un lastre de cabeza que llevar en el brazo, y la luz melancólica-nerviosa de la puerta de la calle (a mí me lo parece )
Por cierto, tu retrato y el audio son tal para cual y no sé cual de los dos me gusta más, a tí te gustan Grosz y sus amigos?