Es duro pensar que esta chica que está a mi lado es una asesina sin escrúpulos. La observo, y desde mi senilidad, casi siento un entrañable cariño por ella.
- Dolphin… sí –está diciendo ella -; No hay nada de info sobre ese sujeto en la Central, ¿acaso ha sido él quien ha hecho esto?
- Así se ha identificado, pero…
Mi mente vuela, despega… intento concentrarme en Miranda, en Dolphin, en mi labor… pero soy incapaz. La Gran Engañadora me domina y, bajo su único auspicio, me sumerjo en el recuerdo:
Hace 5 días murió Xabier A. Bertrand, alcalde de Lisboa, una de las dos únicas ciudades que se mantenían en pie en la Tierra, y la única que se planteaba posibilidades de prosperar, de cambiar.
Sólo Berlín y Lisboa se habían mantenido en orden en la Tierra, un orden perverso, basado en el dominio de bandas de criminales organizados las cuales, con el pasar de los meses posteriores al Colapso se habían alzado con el dominio sobre unos gobiernos metropolitanos que sólo eran tales de forma nominal después de la crisis. Las bandas habían ido agrupándose, “opándose” de manera violenta hasta que Chinarro fue el único asesino que quedaba en pie. Lo que no fue tan sorprendente, conociendo la oscura historia de los humanos, fue que Chinarro y lo que representaba fuera aceptado con entusiasmo por el pueblo. Los lisboetas habían sufrido mucho, los episodios de pillaje y canibalismo se habían repetido a lo largo de los años después del Colapso y, fuera quien fuera el que lo impusiera, el orden fue bienvenido.
La zona de influencia de Lisboa y su estado de excepción permanente fue expandiéndose. Las gentes, al ver cómo el caos se detenía, le dieron su alma al salvaje Chinarro, que acumulaba territorios, desde la antigua Cáceres hasta Ferrol en el norte y la zona de Tarifa en el sur. Sus huestes acababan con el pillaje, es cierto, pero instauraban un arbitrario sistema paramilitar y una entrega de bienes al caudillo, que acopiaba constantemente para el frío invierno. Las ejecuciones públicas detenían la delincuencia desorganizada, la actividad productiva se reactivaba poco a poco y Chinarro ponía la mano para cobrar, siempre en oro y joyas, pues el dinero no valía nada por aquel entonces, un 40% de la facturación del negocio a cambio de protección.
Los sucesivos alcaldes de Lisboa, hombres de paja, le reconocían como Consultor y Asesor presidencial, y a su banda como empresa semipública de orden público, lo que le otorgaba además una capita de falsa respetabilidad. Era cuestión de tiempo que se pusiera en marcha la Dolbyvision lisboeta y que al cargo de ella estuviera un hombre de Chinarro dominando la línea editorial del único medio de comunicación en activo: se había convertido en algo más que un gángster, ya era también un tycoon de los medios.
Esta situación se prolongó durante hasta el 2312.
¿Y qué había pasado en Berlín?
Eso, ¿qué pasó en Berlín?