Como música de fondo, el fugitivo Sal escuchaba el tarareo loco y anfetamínico de su nuevo amigo Walt.
La paciencia se le estaba acabando, no estaba dispuesto a ahogarse en un viejo baúl. Soltó su mejor puñetazo contra la tapa del arcón, para descubrir con gran alborozo que estos cajones ya no se fabricaban como antes. Con un chasquido seco, la cubierta cedió y Sal emergió al exterior.
—¡Pero que ha hecho usted, buen hombre! —gritó Disney volviendo la vista hacia atrás—. Ha destrozado mi baúl. Fue un regalo de Teddy Roosevelt (que Dios lo tenga en su Gloria) en 1946. ¡Criminal!
A Sal no le apetecía discutir sobre el origen del baúl, pero sujetaba en su mano una etiqueta, sacada de la parte superior del baúl, que decía Made in Bangladesh.
—Casi muero ahí dentro —atinó a decir Sal. Estaba a punto de arrojarse contra el viejo chiflado y estamparle la cabezota contra el salpicadero hecho de burtiléster.
—¡Puuf! Ya será menos, Goofy.
"¿Goofy?" pensó Sal.
Disney dejó de hablar, otra cosa había captado su atención. Empezó a mover el cuerpo siguiendo el ritmo de la música, puso al máximo el volumen de la radio y berreó:
—¡Pero que maravilla, por Dios! ¡Esto es el culmen de la cultura humana, es mejor que el Goyo Ramos remixes!
Sal Huisman miraba a su alrededor, horrorizado por la actitud de Disney, buscó a través de las ventanas del aerocoche un lugar al que escapar. Disney había soltado los mandos, bailaba encima del asiento descoyuntándose y gritaba, azotándose en una nalga:
—¡Shiiiiií! ¡Sí, oh Señor, esto es magia pura! ¡Dale, nena, dale!
Huisman vio unos carteles, contra los que se aproximaban a toda velocidad invadiendo el carril contrario del túnel y dos naves que evitaban la colisión contra ellos en el último momento. Carraspeó y dijo:
—Señor, creo que ésa es la salida de Wuthering Heights.
—¡Ay, coño, tiene usted toda la razón señor Rogers! —dijo Disney y, agarrando con decisión los mandos del aerocoche, dio un violentísimo volantazo que hizo estamparse a Sal contra el fondo del vehículo.
Habían dejado atrás la avenida Grandísimo Burt y, momentos después, la entrada subterránea principal del Palacio de la Ópera se encontraba frente a ellos.
Toda esta panda de locos no se diferencian mucho de los que vivimos en el presente.
Un viaje vertiginoso hasta el guardarropa con un difraz de perro cosido con grapas, para llorar ó reír, en su situación.
A la espera de que actualices.