- 5.07 -


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La persiana de hierro de la entrada principal estaba cerrada a cal y canto. Hacía casi cinco años desde que aquella persiana sucia y oxidada cayese por última vez.

Al menos, eso era lo que decían las crónicas.

En 2310 cesó toda actividad cultural. Se acabaron para siempre las sesiones de progressive, los conciertos conceptuales, los happenings, los peep shows y el proxenetismo de baja estofa. El local fue clausurado por orden de Henry Muffin, alcalde de la ciudad de Ostrich City y fiel secuaz de Fabrizio Chinarro.

Pero las voces más oscuras decían todo lo contrario.

Ésta era la historia:

Desde finales de Burtembre del año diez de nuestro siglo, el Palacio de la Ópera había experimentado una evolución tan brutal como subterránea. Un auge tremebundo y fuera de regla que había dado como fruto la reunión del mayor número de delincuentes y malhechores que se recuerda en la historia del universo.

Bajo las falsas cúpulas del palacio se reunían y ocultaban todos los criminales venidos del planeta Tierra, los nativos de Athena e incluso los ciborgs reprogramados.

El antiguo Palacio de la Ópera era, desde hacía algunos años, la principal sucursal del Infierno en Athena. Si Sal decidió entrar allí fue sencillamente porque aquella era la única forma posible de entrar en contacto con los hombres de Spandarian.

Lo único que necesitaba era llegar hasta Spandarian.

No iba a ser fácil.

El viejo Disney se despidió de él, emocionado, con un beso en el hocico. Mientras tanto, una versión mutant-hardcore de "Love is Blue" retumbaba en el interior de su Ford Titanius.

—Cuídese, amigo —le dijo.

—Gracias —respondió Sal—. Prometo hacerlo.

—Tiene mi tarjeta, ya sabe, por si la necesita…

—Sí.

—Bueno… —dijo Disney.

—Bueno… —dijo Sal.

A Disney le brillaban los ojos cuando volvió al coche. A Huisman, probablemente, también.

Mientras el viejo volvía al coche, Sal se dirigió a la vieja persiana y la golpeó varias veces con fuerza haciendo extender la gruesa capa de polvo y mierda que la cubría. Los golpes resonaron como disparos.

Una pequeña ventanita se abrió a la altura de los ojos de Sal. Otros ojos parecieron decir:

—¡Contraseña!

Y después de meditarlo unos segundos, Sal respondió:

—¿1, 2, 3?

—¡Bastardo! —contestó el dueño del par de ojos del otro lado de la persiana.

Disney se secaba las lágrimas frente al volante al tiempo que intentaba arrancar su lata voladora. A Sal se le ocurrió una idea entonces. Una idea bastante cuestionable, pero eficaz.

Fue corriendo hacia el coche de Disney, agitando frenéticamente los brazos, como un molino de carne. El anciano leyó en aquella expresión corporal aspavientos de cariño y abrió también sus brazos, rompiendo a llorar igual que un niño:

—¡Goofy! —gimió entre sollozos— ¡Vuelves con papá!

—Sí. Esto… —balbució Sal— ¿Me prestarías tu coche un momento, papá?

—¡Pero si tú no sabes conducir, tontín!

—Anda que no… —respondio Goofy— ¡Espera y verás!

Huisman se sentó a bordo del holotrasto de Disney y, no sin esfuerzo, logró arrancarlo a la quinta o a la séptima. Elevó la palanca del freno de mano y pisó el acelerador hasta el fondo. Rezó una oración de tres líneas a San Patricio y soltó el freno.



Con el impacto, la persiana desapareció igual que si fuese de cartón. Con ella, también el dueño del grosero par de ojos que la guardaba. Y Sal, embutido en su disfraz de perro estúpido, salió disparado hasta el antiguo guardarropía del Palacio.

—Esto va a doler… —se dijo mientras se desincrustaba una percha del culo.


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El Autor

    Ray Hodges
  • rayhodges
  • Ostrich City, Athena
  • RAY J. HODGES nació en Dayton, Ohio, en 1945. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Columbia. Tras obtener su título universitario, y ante la imposibilidad de encontrar empleo como periodista, se dedicó a la vida contemplativa y al estudio del canto del estornino californiano. En 1978, a la tierna edad de 33 años experimentó una epifanía, se trasladó a vivir a España y se rebautizó José Antonio Labordeta pero nadie le creyó. Ha estado casado cuatro veces y se ha divorciado otras tantas. En la actualidad le es imposible desplazarse por motivos familiares.
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