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Las paredes del pasillo por el que corría Huisman estaban húmedas y recubiertas de un moho negruzco, que formaba en el suelo una película mojada que le hacía resbalar cada pocos metros.
Se preguntó que haría si encontraba a Spandarian. Le aterró pensar que podía morir habiendo llegado tan cerca.
Se preguntó cómo reconocería al armenio.
Una mala pisada, un resbalón largo y... ¡alehop! Sal se empotró contra una puerta recubierta de sintechilindrón azul. El morro perruno de su disfraz frenó algo el impacto, pero luego trastabilló y cayó de espaldas.
La puerta azul se abrió, rostros curiosos le escrutaron.
Nuestro héroe terráqueo, en un extraño gesto, saludó con su mano en blanco enguantada.
Quince hombres le apuntaron con cañones láser.
No había mucho que decir.
Buenas una vez mas, sigo enganchada a tu novela.